La adicción a las nuevas tecnologías en adolescentes es algo muy real que surge cuando su uso traspasa la barrera de lo sano y necesario, generando una importante dependencia. Por ello, la Confederación de Centros Juveniles Don Bosco de España, con la colaboración del Grupo de Investigación Ciberpsicología de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR), muestra, a través de su último estudio postpandémico Impacto del uso de redes sociales e Internet en menores de edad, cómo se ha modificado el uso de estos ítems en el tiempo libre y educación formal en los colectivos de infantes, preadolescentes y adolescentes.
Las encuestas se aplicaron a estudiantes pertenecientes a 51 centros educativos de salesianos y salesianas del territorio español. En Primaria se recogieron un total de 2.644 respuestas, y, en la ESO, otras 6.139 respuestas más.
Desde el último número del Boletín Salesiano, entrevistan a Laura González, responsable del equipo de gestión de la Confe Don Bosco, y una de las personas impulsoras de esta publicación.
P –¿Cuál es el motivo del estudio? ¿Qué necesidad detectasteis en el uso de tecnología y menores de edad para plantear su ejecución?
R – En 2018, desde la Confederación analizamos el uso que hacían niños y niñas de Internet y redes sociales. La COVID-19 hizo que nos confinaran en marzo de 2020, que cambiara la forma de relacionarnos con los de casa, la familia extensa, los amigos… Cambió nuestra forma de vivir el ocio, trabajar, estudiar… Es evidente el aumento del uso de Internet y de teléfonos y dispositivos conectados. Sabemos que la pandemia en general y el confinamiento en particular han tenido un gran impacto psicológico en todas las personas. Como educadores nos preguntábamos cómo lo habrían vivido los chicos y chicas y cómo sería ahora su uso de Internet y redes sociales.
P- Desde tu punto de vista, en la elaboración y seguimiento de este estudio, ¿cuáles dirías que son las líneas de investigación clave de este nuevo estudio?
R -Al ser un estudio comparativo, las líneas son las mismas que en el anterior, aunque partíamos con la ventaja de saber qué datos queríamos contrastar.
Nos interesaba que fueran los propios chicos y chicas los que nos dijeran qué uso hacen y cómo lo viven ellos según los distintos perfiles (por etapa educativa, por sexo, y por su nivel de interés por Internet y las tecnologías).
También conocer el papel que los adultos de su entorno jugamos al respecto. Pero la gran preocupación del estudio era conocer cómo viven la violencia digital: si la emiten, si la sufren, de qué tipo, cuándo surge. Pues conocer nos permite prevenir y, cuando lamentablemente ya ha sucedido, intervenir.
P –¿Cuáles han sido las diferencias principales entre el estudio prepandémico y postpandémico?
R- Parecía que con la COVID-19 todo había cambiado, pero nuestro estudio refleja que los cambios no han sido tan llamativos en cuanto al uso de Internet y redes sociales. Sí hay una conducta de riesgo que aparece nueva: las apuestas online para los estudiantes de Primaria y Secundaria (aunque sea ilegal a sus edades). Otro aspecto preocupante es el aumento de la violencia en Internet: insultos en redes o WhatsApp, fotos o videos de momentos que no querían compartir y que otra persona subió a Internet, objeto de burlas y, para los alumnos de Primaria, además, sentirse asustados por ser objeto de acoso en Internet. El aumento es pequeño, pero no hay que ignorarlo.
P –¿Crees que las recomendaciones y buenas prácticas extraídas a través del estudio pueden guiar protocolos de actuación en los centros escolares?
R – El estudio habla de recomendaciones a centros escolares porque el estudio se realizó en colegios, pero podemos aplicar algunas de estas buenas prácticas en todas las plataformas educativas (centros juveniles, plataformas sociales, parroquias y clubes deportivos).
Con respecto a si pueden guiar protocolos de actuación, creo que conocer nos hace dimensionar, poner nombre, distinguir cómo lo viven los chicos y chicas en función de su perfil, pues no es para todos igual. Abrirnos a entender que en Internet no es todo malo pero, al tiempo, no podemos quitar hierro a las situaciones de violencia que pueden parecernos menos graves, pues para las víctimas supone una fuente de sufrimiento. Tiene que existir tolerancia cero también hacia la violencia de todo tipo en Internet.
P –¿Qué aportaciones crees que podemos extraer de este estudio de cara a una mejor implementación del sistema de protección a la infancia?
R – Como entidades protectoras debemos entender y ayudar a las familias a comprender que las normas son necesarias y que estas normas deben centrarse en las horas, lugares y modos de uso. Nuestro papel es el de supervisar, no necesariamente controlar, pero sí ofrecer un lugar seguro donde acudir.
Hablamos de la necesidad de ofrecer a los padres y madres una mediación habilitante, que les permita hablar y negociar con sus hijos el uso y las normas, el uso responsable. Pero esto exige preguntarnos como adultos qué uso hacemos nosotros del móvil y de Internet. Los chicos y chicas son un reflejo de lo que ven, también en esto.
Por último, no podemos obviar que ellos saben usarlo mejor que nosotros. El estudio nos invita a cuidar el diálogo y el protagonismo de los propios adolescentes para la formación entre iguales y la formación inversa, que sean ellos quienes formen a los adultos en el manejo. No censurar el uso, sino enseñar a usarlo, a poner freno, a respetar normas, a respetar a los otros.